martes, 17 de junio de 2014

Ayuda en las alturas: Cusco




En Ccorca, uno de los distritos más olvidados del Cusco, a nadie le sorprende que los niños caminen hasta ocho horas diarias para poder ir al colegio.Este distrito se ubica a 3 625 msnm.
 Más de la mitad de la población de este distrito cusqueño no sabe leer ni escribir. Allí, donde todo parece perdido, trabaja Amantaní, una organización inglesa que lucha por cambiar esta realidad.


En Ccorca, uno de los distritos más olvidados del Cusco, a nadie le sorprende que los niños caminen hasta ocho horas diarias para poder ir al colegio. Desde muy pequeñitos surcan senderos, atraviesan quebradas y soportan temperaturas de has­ta 14 grados bajo cero. Todo con tal de recibir educación. Eso lo sabe muy bien Pilar Echevarría Pérez (48), una española que hace ocho años llegó a Ccorca para luchar contra la desnu­trición infantil y terminó fun­dando Amantaní, un proyecto educativo que permite que cientos de escolares terminen sus estudios sin tener que reco­rrer a pie largas distancias. Y es que en Ccorca, una zona de extrema pobreza que abarca ocho comunidades campesinas, solo hay una escuela secundaria. Por ese motivo, cuenta Pilar, muchos terminan abandonan­do las aulas.

BUENA COSECHA
“Empezamos trabajando con las adolescentes porque nos dimos cuenta de que era la po­blación más vulnerable. Con el tiempo pudimos integrar a los varones”, narra. Gracias al apo­yo de la comunidad hoy existen Las T’icas, Illapas y Shaskas, tres albergues que acogen tem­poralmente a los estudiantes quechua hablantes que quieren terminar el ‘colé’ sin tener que andar durante horas. Como es el caso de Magaly (15), una adolescente de ojos chinitos y mejillas coloradas que sueña con convertirse en abogada. Magaly nació en Totora, una de las comunidades más le­janas del distrito de Ccorca. “De tanto andar, los cuadernos me hacían doler la espalda”, confiesa esta muchachita que duerme en el albergue de lu­nes a jueves. Los viernes, ape­nas suena el timbre de salida, regresa corriendo a casa para abrazar con todas sus fuerzas a Guillermina, su mamá.
Mientras están en los albergues los chicos reciben alimentación, los ayudan a hacer sus tareas y tienen refuerzo escolar. Pero en Amantaní también los educan para la vida. Lamentablemente, un alto porcentaje de las adolescentes no termina el colegio porque sus padres las casan con el primer enamora-do que tienen o ellas mismas se encaprichan y se van. “Por eso tratamos de inculcarles valores para que puedan tomar buenas decisiones”, comenta Tania Farfán Villcahuamán (31), una de las tres tutoras de aula que, de lunes a viernes, hace las veces de mamá. Y es que su trabajo no dura ocho horas, sino 24. Desde que las chicas se levantan hasta que se van a dormir, Tania está allí. Peinándolas, es-cuchándolas, aconsejándolas.

“En esta zona de extrema pobreza, solo hay una es­cuela secun­daria, por lo que muchos dejan las aulas.”

Al principio, cuando se corrió el rumor de que había una ‘gringa’ que ofrecía ayuda a los estudiantes, los más desconfiados fueron los padres. Ccorca, como todo pueblo machista, se escandalizó al saber que la invitación incluía también a las mujercitas. Los más difíciles de convencer fueron los papás, , que no permitían que sus hijas' vayan a la escuela. La educación, aunque parezca increíble, era solo para los varones. “Felizmente cada vez son menos los que creen que las mujeres sirven exclusivamente para el campo y las labores domésticas”,  afirma la docente Rocío Zúñiga Góngora (50), quien acompañó a Pilar de pueblo en pueblo para convencer a los estudiantes que habían abandonado el colegio de que la educación es la salida para sacarle la lengua a la pobreza.

Durante meses recorrieron , Cusibamba, Totora, Tamborpugio, Chuspi, Ccarhuis, Huaillay, Rumaray y Ccorca Ayllu para explicarles que en los albergues iban a encontrar educación de primera. Una donde no faltaran nunca los profesores, donde les hablaran tanto en español como en quechua y, sobre todo, una que no iba a dejar de lado sus raíces, su cultura, sus costumbres. Porque el mayor reto de Amantaní, aseguran, es formar estudiantes interculturales.


GRANITO DE ARENA
En su aventura dieron con la casita de Doris (18), cuyos padres habían escuchado de Amantaní a través de un comunicado radial en quechua. “Yo soy ciego. Ojos no tengo, letras no conozco. En Ccoyac (su comunidad) no hay colegios, mamaf’, cuenta Sixto Saire Conohuilca (45), uno de los pocos padres que no la pensaron dos veces antes de enviarla. “Noqa munani allin kanankuta (quiero un futuro para ellos)”, agrega más tarde en quechua este agricultor de quinua que desea que aunque sea uno de sus siete hijos salga adelante. Ya sea en el campo o en la ciudad. Mujer u hombre. La idea es romper la cadena.

La misión de Amantaní es fortalecer sus habilidades sociales para que no sean marginados y sepan desenvolverse sin tener que envidiarle nada a nadie. Lamentablemente los que deciden migrar a la capital, como ocurre con el 30% de los jóvenes, se dan cuenta de que allá, en las grandes ciudades, hay gente que no está prepara-da para recibirlos. “Hay mucha discriminación. Incluso de los mismos profesores. Entonces empiezan a rechazar sus ojotas, sus polleras, su quechua. Es muy triste”, admiten. Al respecto, y con razón, se queja Soledad (15): “Creen que la gente del campo no estudiamos, que no sabemos nada, que somos ignorantes. Pero se equivocan”.

Además de trabajar de la mano con los estudiantes. Amantani capacita a los docentes de las 15 escuelas que existen en Ccorca. Sobre todo a los unidocentes; es decir, a esos valientes profesores que tienen que ingeniárselas para dictar clases en cuatro aulas. Uno de ellos está en la institución educativa 50864 de Rumaray. Lo encontramos formando oraciones en castellano con la palabra mamá. “Ya, hijos. Sentaditos todos”, les ordena antes de que nos deje pasar. Roberto Escobar Marero (34) tiene 18 alumnos a su cargo: ellos, aunque sin cuadernos y con el estómago vacío, igual siguen yendo a estudiar.

“Creen que la gente del campo somos ignorantes. Pero se equivocan”, se queja Soledad (15).”

SIN DAR EXPLICACIONES
“Muchos de mis niños son víctimas de abuso y violencia familiar”, comenta este hombre que ha reunido a los estudiantes de segundo, tercero y cuarto de primaria en un mismo salón de clases. Así, mientras él dicta lecciones en primero de primaria, los mayores se hacen cargo de los menores. En estos años de experiencia Roberto ha aprendido que hay que trabajar como se puede y con lo que hay.

Por eso Amantaní trata de estar pendiente de los profesores. En Ccorca es muy común que, debido a la paga, los pocos que existen se desmotiven y terminen renunciando. “Pocos son los que quieren venir. Casi no hay movilidad y los sueldos son tan bajos que terminan gastando ocho soles diarios solo en transporte”, argumenta Pilar, quien en lo que va del año ha visto, impotente, cómo la mayoría de docentes se van de Ccorca sin siquiera dar explicaciones. Durante nuestra visita el director del único colegio mixto secundario de Ccorca, Luis Centero Aragón (60), admitió que solo en lo que va del año ya han tirado la toalla tres docentes: el de Matemáticas, Comunicación y Ciencia y Tecnología.

Pero son los estudiantes del colegio primario de Tamborpugio los que se llevan la peor parte. “Hace dos semanas que no hay educadores”, denuncia Pilar sin despegar los ojos de la carretera sin asfaltar. Al llegar, encontramos a un grupo de familias quechuahablantes recogiendo a sus hijos para regresar al campo. Porque hoy parece que tampoco habrá clases. Cansada de esta problemática, Pilar se reunió con la Unidad de Gestión Educativa de Cusco, con pancarta en mano, para preguntarles por qué razón no hacían nada al respecto. “Porque no tenemos presupuesto”, le contestaron. Así de mal estamos. •



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