viernes, 14 de marzo de 2014

Juegos y Carnavales



Vivimos inmersos en tradiciones de todo tipo. La de andar mojando gente en contra de su voluntad me parece una tradición que tenemos el legítimo derecho de cuestionar.



El carnaval en muchas partes del Perú y del mundo es sinónimo de juego, fiesta, disfraces, desfiles, desde el famoso carnaval de Rio de Janeiro hasta la fiesta de la Candelaria en Puno, cuyo fin coincide con el inicio del carnaval, pasando por el muy célebre de la hermosa Cajamarca, ciudad reconocida oficialmente como la capital del Carnaval  Peruano.


Estudiosos del tema encuentran en el Carnaval elementos supervivientes de antiguas fiestas paganas de invierno, de celebraciones dionisiacas griegas o de fiestas romanas. Se supone que el tiempo de carnaval se ofrecían mascaradas rituales de origen pagano y era un lapso de permisividad que se oponía a la represión de la sexualidad, al controlo de la alimentación y a la severa formalidad de la Cuaresma. Tiene también la fecha del carnaval una relación directa con la fecha de la Semana Santa. Martes de carnaval es el día anterior al miércoles de ceniza, que es el comienzo de la cuaresma, 40 días antes del domingo de Ramos.

No hay consenso sobre cuándo es que se asocia esta fiesta de historia tan larga con la idea de andar mojando al prójimo. Si entendemos el carnaval  como juego, es incluso más viejo de la cultura. Tanto como Homo sapiens, el hombre razonable, y Homo faber, el fabricador o productor, el ser humano es Homo ludens, el que juega.

Pero hay juegos y juegos. Cuando decidimos jugar, nos sometemos voluntariamente a las reglas. Por lo tanto, quienes juegan deben estar de acuerdo en lo que quieren hacer. Estar caminando por la calle en dirección al trabajo y recibir un baldeo o un globazo de agua está lejos de ser una experiencia grata o juguetona.

Sin duda, es divertido jugar carnaval, pero cuando todas las partes están de acuerdo en hacerlo. ¿Quién no ha llenado globos de agua alguna vez? Pero decidir jugar en grupo, en la playa o en el barrio, es distinto de ser agredido contra la propia voluntad.

Se trata, entonces, de una tradición que tenemos el derecho de cuestionar y criticar. Esto no siempre es fácil. Al final de los años setenta, hubo un interesante debate filosófico sobre la importancia de reconocer que las personas estamos siempre insertas en determinadas tradiciones que implican valores, prejuicios y hábitos. Se habló incluso de nuestra humana condición de pertenecer siempre a tradiciones. El animado debate entre los filósofos alemanes Gadamer y Habermas estuvo centrado, entre otros temas, en la posibilidad de poder ser críticos respecto de nuestras propias tradiciones.

Hoy, una filósofa norteamericana, especialista en ética y en temas de desarrollo, Martha Nussbaum, propone entre las capacidades humanas centrales que deben ser fin de las políticas públicas, tanto como la vida, la salud o la educación, la  posibilidad de jugar. Jugar es pues, parte de nuestra humanidad. Pero no todo juego tradicional tiene que merecer nuestra aprobación. Frente a todas las corrientes de relativismo cultural en boga, se afirma nuestro legítimo derecho de considerar que hay tradiciones buenas y malas.

Pues bien, creo que estamos frente a un caso de tradiciones que merecen ser cuestionadas. Los que quieren jugar a ser mojados, en buena hora. Pero que se tome en cuenta la decisión de aquellos que no quieren hacerlo. De otro modo, es agresión, no juego. En estos tiempos de calentamiento global, mal hacemos además en andar desperdiciando tanta agua.

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